A Jimmy Carter todavía lo recibieron en Cuba con unas gigantescas limosinas Zil, de fabricación soviética, tan aparatosas como gastadoras de combustible. Ya no era presidente, pero en su honor se tocaron los himnos nacionales y se izaron las banderas de ambos países en La Habana, el 12 de mayo de 2002. La isla pasaba por una de sus peores épocas de tensión con Estados Unidos, entonces bajo el gobierno de George W. Bush (2001-2009).
Fidel Castro recibe a Jimmy Carter en La Habana. Foto de Afp de 2002
El contraste entre las dos administraciones era espectacular. Durante su gobierno (1977-1981), el político de Plains permitió que los estadunidenses viajaran libremente a Cuba. Pactó con Fidel Castro la apertura de secciones de intereses, primeras oficinas diplomáticas desde la ruptura de relaciones en 1961; el trazado de límites marinos en el Golfo de México y la liberación recíproca de presos. Pero, sobre todo, Carter realizó el mayor esfuerzo que haya hecho un presidente de Estados Unidos hasta entonces para normalizar las relaciones con Cuba desde la ruptura. Ni antes ni después de él hubo un acercamiento tan importante, hasta que llegó Obama.
Peter Kornbluh y William LeoGrande (Diplomacia encubierta con Cuba, FCE, México, 2015) documentan que el empeño se frustró por obstáculos como las barreras que impuso la guerra fría, la incursión militar cubana en África y el peso de los duros en la Casa Blanca, encabezados por el consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinsky.
En las antípodas de Carter, Bush desató una vigorosa ofensiva contra la isla. Unos días antes del viaje del ex gobernador de Georgia, el subsecretario de Estado John Bolton declaró que Cuba fabricaba armas biológicas y las transfería para fines de “bioterrorismo”. Pero la tormenta verbal que desataron esas afirmaciones se desvanecía a la hora de las precisiones: no había pruebas que las respaldaran.
La presencia de Carter en Cuba fue un desafío frontal a Bush. El ex mandatario visitó en La Habana el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, tras lo cual lanzó una réplica lapidaria a Bolton: no había pruebas de las supuestas armas. Más aún: dijo que nadie en Washington le había dado ninguna pista del arsenal, sencillamente porque no la tenían.
En un tácito quid pro quo, la cadena nacional de radio y televisión de Cuba transmitió en directo el discurso de Carter en la Universidad de La Habana. El ex mandatario citó ahí con simpatía el Proyecto Varela, un plan opositor para un referendo en torno a libertades de expresión, asociación y negocios y en materia electoral, dentro del marco legal cubano. El ex presidente pudo también
entrevistarse a la luz del día con un grupo de disidentes , una reunión que fue explícita y públicamente aceptada por Castro. Ambos abrieron con sendos lanzamientos un duelo de estrellas cubanas de beisbol en el Estadio Latinoamericano. Trazos de un programa que suena con semejanzas a lo que puede ocurrir con Obama.
Fidel Castro y Jimmy Carter en el Estadio Latinoamericano de La Habana, en 2002. Foto Afp
Bush no cesó la hostilidad, sino que la endureció. El gobierno cubano eludió el Proyecto Varela y en cambió promovió la reforma a la Constitución para declarar “irreversible” al socialismo. Al año siguiente emprendió una detención masiva de opositores, entre ellos un tercio de los que se reunieron con Carter. De la visita del ex presidente, quizás el desmentido a Bolton haya sido el impacto más tangible.
Sin embargo, aquella visita reblandeció prejuicios endurecidos en la guerra fría. Mostró en público que ambos lados podían hallar canales de comunicación, sin llegar a la descalificación del otro. Carter volvió a Cuba en marzo de 2011 en un entorno muy diferente. Ya gobernaba Raúl Castro, la reforma estaba en curso y unas semanas más tarde se realizaría el Sexto Congreso del Partido Comunista, que confirmó el sentido de los cambios. De todo ello habló el visitante con sus anfitriones, así como de un posible intercambio de presos. Ahora se sabe que en ese tiempo los dos gobiernos discutían en secreto varios puntos estratégicos de su relación, pero con énfasis en el canje de Alan Gross y los cinco agentes cubanos.
Quedan claras las diferencias entre los viajes de Carter y el de Obama. Es el propio jefe de la Casa Blanca, no un ex presidente, el que ahora llega a Cuba. Ya hay relaciones diplomáticas y un mecanismo de diálogo y negociación, con logros visibles y una amplia agenda por delante. Se debilita la percepción mutua de que el contrario es una amenaza, con lo cual los prejuicios de la guerra fría se siguen aflojando, aunque persisten los nostálgicos del choque.
Sin embargo, hay líneas de continuidad. Obama, igual que Carter, quiere impulsar una apertura política y económica en Cuba. El símbolo serán las declaraciones del mandatario y sus contactos con pequeños empresarios privados y con opositores (una especie de foto impuesta por sectores de opinión). Y Cuba, igual que con Carter, insiste ante Obama en el fin del bloqueo económico, además de otras demandas.
Ya sin capacidad de decisión y en una etapa de nula influencia en el gobierno, Carter hizo una primera visita testimonial, que abrió camino. Obama, todavía con meses en el poder por delante, tiene la ocasión de añadir en La Habana algo más que el discurso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario