domingo, 13 de diciembre de 2020

LeCarré: el espía que escribió del frío

  

   David Cornwell trabajó para la inteligencia británica (MI6) entre 1950 y 1964. Casi al final de esa carrera giró hacia el oficio que lo llevaría al éxito mundial, bajo el seudónimo de John LeCarré. A su muerte, a los 89 años, deja escrita una gran crónica de la guerra fría.



                                             John LeCarré. Foto Afp


   Una de sus novelas cumbre se basa en una historia real y públicamente conocida y confirmada: la del británico Harold (Kim) Philby, cuya reputación ha trascendido a su propia muerte como el espía más audaz y rentable de cuantos hayan trabajado para la Unión Soviética, el que más daño causó en la guerra fría a occidente y el que más lejos llegó bajo patrocinio de Moscú a las entrañas de la inteligencia enemiga.

   No es otro sino Philby el personaje retratado por LeCarré en Tinker, tailor, soldier, spy (Hojalatero, sastre, soldado, espía, 1974) o El topo, como se conoció en español, instalado en lo más alto del MI6, nada menos que a cargo de asuntos soviéticos. En este clásico el enigma se resuelve gracias a George Smiley, a quien la agencia saca de la jubilación en su apacible departamento de la Bayswaterstreet, para encargarle la tarea. En realidad Philby sobrevivió al cargo y todavía cumplió varias misiones dobles hasta que se refugió en 1963 en la URSS, donde recibió condecoraciones, murió y fue sepultado en el cementerio de Kúntsevo, reservado para los héroes soviéticos.





   Smiley fue el personaje central de LeCarré, un anti-héroe, solitario, taciturno, escéptico, que desde sus conjeturas mordaces se burla de cómo se contradicen la solemnidad y las proclamas nacionalistas con el pragmatismo del espionaje en el que casi todo se puede comprar o vender, traicionar u olvidar.    

   El agente investigador aparece muy temprano en The spy who came in from the cold (El espía que vino del frío, 1963) y sigue en las historias de LeCarré, sumando años al parejo que su autor, convertido en una especie de alter ego. “A los dos nos cuesta recordar los momentos felices. No es algo que me ocurra con naturalidad, tengo que esforzarme”, le dijo alguna vez el escritor a The Times. Nada que ver con James Bond.

   LeCarré escribió aún después de la caída del Muro de Berlín, convencido de que ahí no había terminado todo. Salió poco del teatro de operaciones centro-europeo, pero llegó a mover los reflectores hacia algunos focos de conflicto como Chechenia, el Congo y el Medio Oriente. Sólo en The tailor of Panama (El sastre de Panamá, 1996) volteó hacia América Latina. Acá se perdió muchas historias.

   


martes, 13 de octubre de 2020

Padura y "Como polvo en el viento"

 

   El pasado domingo 11 de octubre conversé con Leonardo Padura, para presentar su más reciente novela, Como polvo en el viento. Fue una charla virtual, en la plataforma de la Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México. 

   Padura nos ha acostumbrado a desentrañar el enigma de sus novelas enmedio de una reseña del contexto social, que se convierte en una especie de narración en off. Esa sucesión de cuadros costumbristas, de monólogos interiores del detective Mario Conde, de prolija descripción de La Habana y de la fraternidad que fragua con la pierna asada y la botella de ron, integran una línea narrativa que corre paralela a la anécdota. Ahí va, en los códigos del barrio, la reflexión del autor sobre el pasado que explica al presente.

  En Como polvo en el viento el escritor nos entrega historias accidentadas de vidas que se fragmentan al tener que asumir el imperativo de la emigración. Nos hace detener la mirada en el fondo de las decisiones, en las ideas y sentimientos que retumban en los personajes y los llevan al tormento que conduce a un viaje a veces sin retorno.







   De esa forma el autor relata pensamientos, emociones y trastornos que son algo así como el saldo subjetivo del periodo especial, la crisis cubana post-soviética, de cuyos efectos materiales y visibles hay un amplio catálogo de testimonios.


   Del encono que persiste entre algunos sectores de la emigración y de algunos entre quienes deciden quedarse en Cuba, Padura citó en la conversación el alegato de  uno de sus personajes: “Todas las razones para irse son válidas y todas las razones para quedarse también son válidas. Lo único que hay que exigir es respeto por una u otra decisión”.


   Y así remató la charla: “No puedo concebir que los cubanos vivamos enfrentados con otros cubanos y que la política sea el rasero que separe a un cubano de otro. Creo que todo lo que se pueda hacer por obtener esa conciliación es necesario, porque la patria no es de nadie, la patria es de todos los cubanos, estén donde estén, aunque hayamos sido arrastrados como polvo en el viento”. 

Aquí la conversación completa: