Lento y sigiloso, Leonardo Padura emprendió el ascenso desde la planicie central de México hacia la capital, para evadir así un choque frontal con los dos mil 200 metros de elevación de la antigua Tenochtitlán. La última vez que salió del nivel del mar de La Habana y aterrizó de golpe en esas alturas, hace casi dos décadas, la presión le pasó la cuenta. Se desmayó y ya no quiso intentar algo parecido. Así que trazó la táctica del ascenso pausado: salir de Guadalajara por carretera, cruzar el Bajío y acercarse al pasito a su destino.
El plan dio resultado y el novelista pudo desahogar sin problemas de salud una trepidante agenda en la Ciudad de México, que iniciaba con el amanecer y terminaba poco antes del día siguiente. Apenas pudo tomar unos brevísimos descansos, en los que alcanzó a rendir honores a uno que otro tequila. Con la pompa de rigor, recibió el honoris causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Muy lejos del pulover y las bermudas con los que caminaría en Mantilla, en el Palacio de Minería vistió la muceta y el birrete medievales, propios de su nuevo grado académico.
Padura recibe el doctorado 'honoris causa' de la UNAM. A su derecha, el rector Enrique Graue. Foto Jesús Villaseca
Padura recibe el doctorado 'honoris causa' de la UNAM. A su derecha, el rector Enrique Graue. Foto Jesús Villaseca
La lista de honrados en ese rango por la UNAM puede ser un retrato del siglo XX, en el que están, entre notables científicos y humanistas nacionales y extranjeros, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Juan Ramón Jiménez, José Gaos, Claude Lévi-Strauss, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Fernando Savater, José Emilio Pacheco, Noam Chomsky, Carlos Monsiváis, Mario Vargas Llosa y Eduardo Lizalde. En 107 años sólo hay dos cubanos en ese registro. Uno es Manuel Márquez-Sterling (1872-1934), el periodista, escritor y político a quien se recuerda en México porque, más allá de sus obligaciones como embajador de la isla, respaldó y defendió al presidente Francisco I. Madero, cuando los golpistas derrocaban y asesinaban en 1913 al jefe del primer gobierno de la Revolución Mexicana. El otro originario de la isla en la relación de ilustres es Padura. De ahí que el novelista subrayara, cada vez que podía, que su distinción lo era para la cultura cubana.
En su último día de actividades Padura volvió a tocar la historia con las manos. Habló a cientos de lectores que se apretujaron en la Casa Museo León Trotsky, a cuyos pequeños espacios ya no pudo entrar otra multitud que se quedó frustrada en la calle. El escritor recordó el momento de octubre de 1989, cuando su primera visita al sitio donde fué asesinado el revolucionario ruso le causó una conmoción. Observar aquellos muros altos, la puerta metálica reforzada, el torreón donde se apostaban los vigilantes armados custodiando al fundador del Ejército Rojo, fueron como una semilla sembrada en su conciencia. El estremecimiento se disparó tiempo después, cuando se enteró de que Ramón Mercader había vivido en Cuba entre 1974 y 1978. Tenía que escribir la historia y ahora lo dice con una cita de Marco Aurelio, el emperador sabio: “Aquello estaba deseando ocurrir”. Después de años de investigación, conversaciones, lecturas y relecturas, el autor cree que el crimen salió de la mente enferma de Stalin, pero sobre todo del propósito de acallar la verdad.
En la Casa Museo León Trotsky de México, Esteban Volkow, el escritor marxista Alan Woods y Leonardo Padura.
En la casa donde Trotsky pasó su exilio mexicano, Padura vivió experiencias únicas: volvió al lugar del crimen con la novela no sólo escrita, sino traducida a 30 idiomas; conoció personalmente a Esteban Volkow, el nieto de León Davidovich, que era un niño cuando, en ese mismo lugar, escapó de milagro al fracasado ataque a tiros contra su abuelo. El escritor pudo, en fin, recibir el homenaje que le rindió ante los lectores ese hombre de origen ucraniano, ingeniero químico, ahora de 92 años, único testigo vivo de la tragedia. Con El hombre que amaba a los perros, dijo Volkow, Padura ha demostrado que es posible retornar al pasado y recrear los hechos con gran veracidad. Ha contribuido a restablecer la verdad y la memoria histórica.