Para México la relación con Guatemala es estratégica, un asunto de seguridad nacional, que resulta desairada por la ausencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en la toma de posesión de Bernardo Arévalo, al cabo de un insólito, agitado, prolongado y peligroso conflicto poselectoral, que estuvo al borde del golpe de Estado hasta el último momento.
El capital simbólico del nuevo gobierno es de grandes dimensiones, tanto como la amenaza que cercó al ahora presidente guatemalteco durante los últimos meses.
El presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, saluda a sus partidarios después de tomar posesión, en la madrugada del 15 de enero de 2024. Foto Afp
Frente a los desarrollos en la frontera sur, López Obrador decidió ausentarse en esa fecha emblemática, que al final se convirtió en una intensa jornada de alto riesgo para la estabilidad del país vecino.
La semana anterior el presidente mexicano explicó que tenía “mucho trabajo”, aunque este domingo difundió un video de su estancia en la zona arqueológica de Chichén Itzá, es decir, a muy poco tiempo de vuelo de la capital de Guatemala.
Otros presidentes latinoamericanos, como Boric de Chile, Petro de Colombia, Castro de Honduras y Peña de Paraguay, estuvieron al lado de Arévalo y hablaron extensamente con el presidente guatemalteco. Fueron importantes gestos de respaldo como el que no hizo el vecino mexicano.
Un día antes de la crisis de la toma de posesión, Petro hizo un llamado a los presidentes latinoamericanos a acudir en respaldo de Arévalo. "Nuestra solidaridad es fundamental. A todo el mundo, no abandonar las luchas democráticas del pueblo guatemalteco", dijo en un mensaje.
El peso político y simbólico de México es muy importante en Guatemala. No es una relación cualquiera.
Fuente de un histórico flujo migratorio y paso obligado del actual torrente humano multinacional, Guatemala es, además, un país en el que se ha expandido desde México la delincuencia organizada.
Del lado guatemalteco el Ejército patrulla con intensidad. Del lado mexicano la Guardia Nacional tiene posiciones en una zona que, sin embargo, está sacudida por la violencia criminal.
Sólo en el fin de semana pudo saberse que en Chiapas asesinaron a un dirigente indígena, el crimen organizado hizo un despliegue de fuerza y una comunidad católica salió a las calles a implorar por la paz.
En Guatemala el conflicto poselectoral agrega una pieza decisiva. Parte del aparato judicial intentó hasta el último momento impedir que Arévalo tomara posesión del cargo, a lo que contribuyeron las maniobras del Congreso saliente, ya el mismo día de cambio de poderes.
El triunfo electoral del candidato del Movimiento Semilla fue tan sorpresivo como la movilización popular, impulsada por los pueblos originarios, que durante más de cien días defendieron pacíficamente en las calles guatemaltecas las reglas del juego democrático y la vigencia de la ley. Un movimiento que, además, se convirtió en interlocutor de otros sectores sociales.
El vuelco político y las amenazas en el país vecino merecen una atención que no sólo exista, sino que se manifieste.
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