Pocas veces un represor narra sus experiencias. Una de esas extrañas ocasiones es la que llevó a la única entrevista periodística que ofreció Miguel Nazar Haro (1924-2012), ex jefe de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS) de México.
El reportero Gustavo Castillo (Ciudad de México, 1966) logró hablar con Nazar en numerosas sesiones a lo largo de ocho años, entre febrero de 2003 y diciembre de 2011. El resultado es El tigre de Nazar (Grijalbo, 2023), de reciente aparición.
Nazar, apodado El Tigre, y la DFS fueron el motor de la salvaje represión que liquidó a las guerrillas urbanas y rurales en los años setenta y ochenta del siglo pasado, parte de lo que se conoce como la guerra sucia.
La punta de lanza creada por el mismo jefe policiaco fue la Brigada Blanca, un virtual escuadrón de la muerte integrado por policías y militares de élite.
Pero la represión de la época fue más allá de los grupos armados. Otros cuerpos, como las policías judiciales y la del entonces Distrito Federal, escalaron sus antiguos métodos ilegales y se unieron a la práctica de la tortura y la desaparición forzada, que alcanzó a la oposición civil, política y social y hasta la delincuencia común.
Cimientos de la represión fueron el extenso espionaje a gobernantes, periodistas, diplomáticos extranjeros, artistas, intelectuales y simples ciudadanos y la vasta infiltración de agentes en todos los grupos sociales de interés. Era una fuente de información e inmenso poder.
“Muchos de los personajes de la historia política de México estaban en la memoria de Nazar”, escribe Castillo. Pero el viejo policía se negó a escarbar en esa parte de su memoria: “Primero muerto que ser un soplón”.
"Ni blanca paloma ni inocente"
Elusivo, Nazar evitó responder preguntas sustanciales del reportero de La Jornada. En cambio repartió culpas entre otros de los represores más conocidos de la época: Arturo Durazo, Francisco Sahagún Baca, Jesús Miyazawa, José Salomón Tanús o Jorge Téllez Girón El Drácula.
“No soy ni blanca paloma ni inocente, pero tampoco me carguen todo”, dijo Nazar, quien sin embargo entregó piezas valiosas de una historia todavía inconclusa.
Quizás ahí radica el principal valor del trabajo de Castillo: haber sentado a un protagonista del aparato represivo para recabar su testimonio, del cual hay que interpretar las evasivas, detectar el peso de sus versiones y tomar nota de las pistas y detalles que parecen verosímiles. El tigre de Nazar es un importante material de trabajo en la reconstrucción de la historia reciente del país.
A pesar de sus respuestas resbaladizas, Nazar confirmó que tenía un tigre domesticado en su oficina, que exponía ante los detenidos más renuentes. Que llegó a sacar la pistola y a encañonar al interrogado. Que hubo prisionero al que se le pudrió el brazo después de un tiempo de estar colgado. Que la DFS no tuvo celdas ni separos, bastaba una silla, una mesa y un reflector.
Que fue una persecución policiaca la que llevó a la muerte al guerrillero Genaro Vázquez Rojas en 1972. Que el general ahora retirado Enrique Cervantes Aguirre, quien llegó a ser jefe del Estado Mayor Presidencial con Ernesto Zedillo (1994-2000), estuvo en la operación tras la cual murió otro jefe guerrillero, Lucio Cabañas, en 1974.
Que en la Brigada Blanca, los entonces coroneles Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro eran los principales operadores. “Yo era el ideólogo”.
Miguel Nazar Haro, durante una de sus reuniones con Gustavo Castillo, en la Ciudad de México, octubre de 2006. Foto Fabrizio León/ La Jornada
Al hablar de lo que consideraba su misión fue más articulado: “¿Qué hacíamos nosotros? Pues evitar que intereses ajenos o que los mismos mexicanos opositores crearan una ideología contraria al gobierno o que tuvieran ideas diferentes por un libro de comunismo”.
También expresó con claridad su frustración por los cambios políticos en el país: “Perdimos. Ganamos en esa época y salimos perdiendo ahora. Los vencedores, vencidos. ¡Qué bonita chingadera!” Y deploró: “Nunca debimos tener archivos. Debimos quemarlo todo, ¡carajo!
Nazar fue madrina (colaborador) del desaparecido Servicio Secreto. En la DFS escaló posiciones desde abajo hasta llegar a subdirector (1970-1978) y director (1978-1982). Pasó cursos policiales en Estados Unidos y fue señalado como informante de la Agencia Central de Inteligencia con el acrónimo Litempo12.
Procesado por desaparición forzada en agravio de Jesús Piedra Ibarra, hijo de Rosario Ibarra de Piedra (1927-2023) y otros cargos, cumplió prisión domiciliaria más de dos años, pero al final fue exonerado. Murió impune.