La política de Barack Obama hacia Cuba se desplomó porque se basaba sólo en la voluntad presidencial y un nuevo gobierno en Estados Unidos pudo desmantelarla fácilmente, dice un informe sobre el futuro de esa relación.
El Centro para la Democracia en las Américas (CDA) y la Oficina de Washington para América Latina (WOLA), dos think tanks de largo seguimiento a las relaciones hemisféricas, difundieron el informe Estados Unidos y Cuba: una nueva política de compromiso.
Es el esfuerzo más amplio hasta ahora entre los que ya realizan expertos de los dos países para responder cómo y por qué debería el gobierno de Joe Biden restaurar y mejorar las relaciones con la isla, trituradas por Donald Trump.
Política que dure
Una de las propuestas esenciales del reporte es que para persuadir al gobierno cubano de que puede haber una relación constructiva con Estados Unidos, se requiere convencerlo de que la política de Washington es durable.
El informe está dirigido sobre todo a quienes toman decisiones en Estados Unidos. Parte de que la hostilidad perjudica a la población cubana, aleja a Washington de sus aliados latinoamericanos y europeos, excluye a los negocios estadunidenses del mercado de la isla y abre las puertas a la influencia de China y Rusia, lo que el Comando Sur considera el “principal desafío estratégico que Estados Unidos enfrenta en América Latina”.
Sostiene que el compromiso es “la estrategia más efectiva para avanzar en la causa de los derechos humanos, la libertad política y la reforma económica” en Cuba y propone una ruta en tres pasos: 1) reversión del daño causado por Trump, 2) medidas adicionales, con base en la autoridad ejecutiva presidencial y 3) cambios en la legislación que implique sanciones contra la isla.
Los pasos 2 y 3 son hipotéticos periodos de consolidación y desarrollo y dependen de que fructifique el primero.
El factor de la credibilidad duradera también lo subraya el politólogo cubano Rafael Hernández, director de la revista Temas, en una serie de artículos en On Cuba News. Recuerda que casi ninguno de los acuerdos bilaterales en seis décadas han tenido el aval del Congreso estadunidense y, en cambio, quedaron sujetos a la voluntad presidencial.
Más aún, recuerda Hernández, de los 22 instrumentos firmados por Cuba en la era Obama, la mayoría fueron apenas memorandos de entendimiento y sólo hubo un tratado, el que delimita la plataforma continental del oriente del Golfo de México, un pacto tripartita que incluye a México.
Hernández y el informe de CDA-WOLA invocan un instrumento decisivo en cualquier posibilidad de reencuentro, la Directiva de Política Presidencial de Obama, del 14 de octubre de 2016, cuya formulación en algún tramo pasó por las manos de Biden.
¿Quid pro quo?
El director de Temas agrega otro asunto crucial en el enfoque de cualquier negociación: no funcionará un acercamieno que se base en un trueque de decisiones.
Dice que una negociación basada en un quid pro quo haría que el gobierno cubano “se expondría no sólo a abrir un flanco en su posición negociadora, sino, sobre todo, a una pérdida de legitimidad, tanto entre sus seguidores como entre otros muchos ciudadanos, dentro y fuera de la Isla, para quienes la defensa del interés nacional pasa por la soberanía, ante todo”.
En este punto coinciden William LeoGrande y Peter Kornbluh, los autores de Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana (México, FCE, 2015).
Biden enfrentará “una feroz presión política” para pedirle concesiones a Cuba a cambio de levantar las sanciones impuestas por Trump, pero esa táctica sería un error, señalan los investigadores en un artículo en South Florida Sun Sentinel.
LeoGrande y Kornbluh recuerdan que en su vasta obra sobre las negociaciones hay pruebas de cómo fracasaba el diálogo a medida que había precondiciones para los cubanos.
Trump insistió en que la isla cambiara su sistema de gobierno y abandonara su apoyo a Nicolás Maduro o enfrentaría una escalada de sanciones económicas, dicen los académicos. Agregan que La Habana rechazó ese intento de “extorsión diplomática”, como lo hizo cuando Carter pidió que los cubanos salieran de África, Reagan pidió que se fueran de Centroamérica o George W. Bush pidió que reconstruyeran su país a semejanza de Estados Unidos.
Otros frentes
CDA y WOLA creen que Cuba puede influir en una posible salida a la crisis venezolana, como un esquema de elecciones equitativas, y recuerdan la intervención de la isla en soluciones negociadas en los conflictos de Angola, Centroamérica y Colombia. Pero subrayan que la nueva aproximación a La Habana debiera estar separada de cualquier curso que tome la situación en el país sudamericano.
De una u otra manera, las fuentes citadas aluden al nuevo escenario en el que se moverá Biden: la inminente salida de Raúl Castro de su último cargo público, el de primer secretario del Partido Comunista, prevista para abril de 2021; la existencia de un nuevo líder cubano, Miguel Díaz-Canel, que por primera vez en décadas no lleva el apellido Castro, no tenía edad para tomar responsabilidades durante la Guerra Fría y que es 18 años menor que el presidente estadunidense. Y, por supuesto, los cambios de distinto signo en la sociedad cubana.
La IX Cumbre de las Américas, un foro al cual ya se incorporó Cuba, está convocada en Estados Unidos en 2021 y será oportunidad para el reencuentro simbólico, recuerda el informe CDA-WOLA.
“Cuba no está en la agenda de grandes problemas”, dice Hernández. “Pero precisamente por eso, puede servir como efecto demostrativo menos complicado y cauteloso que darles un vuelco a las relaciones con China e Irán y a la política inmigratoria. Fue exactamente esa lógica la que impulsó a Obama a invertir sus últimos dos centavos de capital político en una cuestión tan secundaria como Cuba”.
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