domingo, 12 de junio de 2016

Un mexicano en Nicaragua

La detención y posible procesamiento en Nicaragua del estudiante mexicano Jobany Torres Becerra es un caso que sorprende, porque en unos días escaló de un incidente personal a un grave e inexplicable conflicto diplomático.
Hasta el domingo 12 de junio, el consulado mexicano en Managua no había tenido el debido acceso a Torres, en violación a la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares.
Pero el mismo domingo el caso dio un giro, con el anuncio de la fiscal auxiliar de Managua, Guisell Borges, de que el joven mexicano será acusado de “simulación de delito”.
Según la autoridad, Torres “aparentó su desaparición” a fin de “desprestigiar la labor que realiza el gobierno de Nicaragua de mantener la seguridad nacional”.
Se sabe que Torres, zacatecano de 23 años, estudiante de metalurgia, llegó a Nicaragua el 10 de marzo de 2016, para cumplir una pasantía en el norte del país en la empresa colombiana Hemco.
A disgusto en su trabajo, deprimido por la pérdida de un hijo, decidió regresar a México sin avisar a la empresa. La compañía lo dio por desaparecido el 31 de mayo y lo comunicó a la embajada mexicana, que a su vez lo reportó a la policía.
Pero Torres apareció al día siguiente en el aeropuerto de Managua, con intención de volver a México. Hasta ahí el episodio personal, que parecía haber concluido.
Sin embargo, el 2 de junio, compañeros suyos que lo vieron en el aeropuerto y más tarde en prisión, relataron que Torres fue arrestado en el aeropuerto y seguía preso, triste pero en buen estado.
Los días siguieron sin cambio en la situación: Torres detenido, sin acusación formal; silencio del gobierno nicaragüense y nulo acceso consular mexicano.


            Yosbani Torres, en imagen reproducida por @confidencial_ni

Ya a nivel de cancillerías, México logró el compromiso de que Torres fuera repatriado el sábado 11, lo que no ocurrió. La embajada interpuso un recurso de hábeas corpus, para lograr la rápida presentación del mexicano. Luego vino la declaración de la fiscal.
Cuesta trabajo adivinar por qué un estudiante mexicano, empleado temporalmente en una mina nicaragüense, iba a maquinar su propia desaparición para “desprestigiar” al gobierno de Daniel Ortega. Y por qué esa “desaparición” sólo duró las horas que invirtió Becerra para desertar de su trabajo e irse al aeropuerto de Managua para regresar a México.
Más trabajo cuesta explicar por qué el caso escaló hasta la tensión entre los dos gobiernos. Nicaragua suele burlarse de la Convención de Viena, al ocultar información y negar acceso consular a detenidos acusados de narcotráfico. Pero no hay acusaciones de ese tipo contra Torres.
Es posible que el asunto se haya ido de las manos en los controles policiales y ahora se trata de poner una tapadera jurídica. Pero esto no explica la ruptura del compromiso de repatriarlo, que Managua incumplió el sábado pasado, y menos aún la falta de contacto consular.
Puede que Torres ya no esté en las mismas condiciones en que lo vieron sus compañeros a principios de mes.
Por ahora todo queda en una conjetura, a ver con qué sorpresas sigue la semana.





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