viernes, 19 de septiembre de 2025

1985: El día que desapareció la capital de México

 




  Durante algunas horas de la mañana del 19 de septiembre de 1985, el mundo creyó que había desaparecido la capital de México.

  El terremoto destruyó la infraestructura de comunicaciones de la ciudad, con impacto en gran parte del país.

  Toda la telefonía quedó suspendida de inmediato en la zona metropolitana, igual que la telegrafía y el servicio de microondas. En los estados vecinos quedó inactiva la larga distancia.

  Ni las embajadas, ni los organismos internacionales ni los corresponsales de medios extranjeros podían reportar a sus respectivas sedes lo que realmente estaba pasando. 

  El sismo también causó destrucciones en estados de la costa del Pacífico y dañó severamente carreteras, vías férreas, puertos y aeropuertos de la zona afectada. Hubo derrumbes en la sede principal de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.




 

El edificio de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, tras el sismo del 19 de septiembre de 1985. Fotograma de El centro SCOP y los sismos de Iván Salcido



  El satélite mexicano Morelos I, que apenas había sido puesto en órbita en junio del mismo año, permitió mantener al aire la televisión estatal.

  Las oficinas de varias agencias internacionales de prensa estaban en una zona del centro de la ciudad fuertemente dañada, en el Paseo de la Reforma y sus cercanías. Los destrozos en los edificios también eran un obstáculo para el trabajo.

  Para decenas de reporteros de medios extranjeros no quedaba más remedio que buscar alguna posibilidad de transmisión en el Club de Corresponsales, un lugar accesible, cerca de Reforma.

  El local era una vieja casa de tres pisos, bien acondicionada, con teléfonos y una sala de télex, lo que entonces eran las ventanas al mundo.

  El télex era un sistema de comunicaciones de punto a punto a través de señales binarias similares al telégrafo. Cada usuario tenía una terminal con un teclado. El texto que se transmitía  aparecía de inmediato en un rollo de papel que avanzaba y se podía leer en una pantalla luminosa.



Un télex Olivetti T300. Imagen tomada del sitio museotelecomvlc.webs.upv.es



  Pero aquella mañana también en el Club de Corresponsales los teléfonos y las máquinas de télex estaban inservibles. Era una crisis encima de la otra: la infinita y devastadora realidad que había que reportar y la nula posibilidad de hacerlo.

  Serían pasadas las 10 de la mañana cuando el tumulto de corresponsales de pronto se concentró en un rincón, en el que parecía funcionar uno solo de los télex.

  Sobre los gritos y empujones se impuso la voz de un veterano colega yugoslavo que dijo lo único sensato en ese momento: hacer una fila, que cada quien haga tres intentos. Y si al tercer intento no entra la conexión, pasa el siguiente. Sin tiempo ni ánimos para discutir variantes, todos acataron y se iniciaron los ensayos.

  Al fin funcionó una conexión. El afortunado corresponsal que logró un enlace a La Habana tuvo que improvisar su despacho ahí mismo, tratando de recordar, para escribir con cierta coherencia, todo lo que había visto en un recorrido a pie por las calles destruidas de la ciudad.

  Como si fuera una obra coral, los colegas se asomaban al texto y le gritaban, casi le ordenaban al corresponsal, que pusiera lo que le falltaba: que si no hay cifras, que el daño es incalculable, que no hay una versión oficial, que el derrumbe del hotel Regis, que se cayeron las comunicaciones…

  Poco a poco hubo otros intentos y, por fin, el mundo pudo enterarse a trazos gruesos de lo que pasaba en México, Distrito Federal, en uno de los desastres naturales que más hondo han calado en la historia reciente del país. 

  A falta de opciones para transmitir desde alguna ciudad cercana, la agencia Associated Press y la cadena televisiva CBS pudieron rentar un vuelo privado a Texas y desde ahí enviar al exterior, con más holgura, relatos más amplios de aquel terrible amanecer.

  Pero en todas las horas previas, desde que cesaron las comunicaciones, apenas ocurrido el sismo a las 7:19, 

en el mundo circuló la versión de que la antigua Tenochtitlán había desaparecido.

  Al día siguiente, 20 de septiembre de 1985, la comunicación mejoraba. Funcionaba un teléfono con larga distancia en el Club de Corresponsales y eventualmente alguna de las terminales de télex.

  Por la tarde acudió al Club el subsecretario de Gobernación, Fernando Pérez Correa, para ofrecer el parte oficial hasta ese momento: los datos, las cifras, la ayuda exterior, los aeropuertos, el mensaje del gobierno…

  Pasaban las 7 de la noche y Pérez Correa contestaba preguntas, cuando la escalera de madera de la vieja casa de la calle Pánuco empezó a crujir y las lámparas y el piso se movían. Vino un apagón y los autos de un estacionamiento vecino se estrellaban entre sí.

  Un segundo sismo hizo que la sala de conferencias, repleta de corresponsales, de pronto quedara vacía. Todo el mundo salió en tropel a la calle, a la oscuridad y al desazón.

  Minutos más tarde, muchos hacían de nuevo la fila ante el único teléfono del Club que todavía funcionaba…




    



  

  



     


















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