León Trotski fue asesinado en Coyoacán el 20 de agosto de 1940, hace 85años. Con El hombre que amaba los perros (2009), Leonardo Padura removió losas que cubrían secretos históricos derivados del crimen, con resultados a veces sorprendentes.
Como el novelista cubano relata en Agua por todas partes (2023), la caída del Muro de Berlín precipitó, entre tantas consecuencias, la apertura de archivos de Moscú, “catacumbas de información sobre las cuales se lanzaron decenas de investigadores y estudiosos”.
Esa apertura cimbró a la sovietología. En su propia experiencia, Padura se enfrentó a una paradoja: de Trotski había información abrumadora, pero de Ramón Mercader, su asesino, sólo una biografía “a duras penas conocida y en muchos de sus pasajes bastante ficcionada”.
Antes de que el autor imaginara la novela, ya se habían ido a la tumba, sin contar todo lo que sabían, dos de las mujeres más cercanas a Mercader: Roquelina Mendoza, su esposa mexicana, y Sylvia Ageloff, la trotskista estadounidense a quien el catalán sedujo para llegar al círculo íntimo del fundador de la IV Internacional.
El músico Harold Gramatges (1918-2008) era el embajador cubano en París en 1960, cuando Caridad del Río, madre de Mercader y pieza clave en el crimen, llegó a pedir empleo y se quedó como secretaria de la misión.
Padura cuenta que el artista le dijo que no guardaba “ninguna memoria precisa” de aquella mujer. “No sé si el maestro Gramatges me mentía o me decía la verdad”, dice el novelista, quien, sin embargo, pudo rastrear una “larga relación del músico y su esposa con Caridad después del 60 y que se extendió hasta la muerte de la agente”.
El cineasta cubano Tomas Gutiérrez Alea, Titón, (1928-1996), se encontró por la calle a Mercader con sus dos soberbios perros rusos, sin saber quién era en realidad ese republicano español, que paseaba por el barrio habanero de Miramar.
Su dueño accedió a prestarle al realizador los borzoi, para la filmación de Los sobrevivientes (1979). Un hecho fortuito, al final de la vida de Titón, lo volvió a conectar con Mercader: una común amistad hizo llegar al cineasta el bastón ucraniano que usó en su momento el agente de Stalin.
Es posible, conjetura el escritor, que Gutiérrez Alea, en su último tramo en esta tierra, hubiera sabido quién era en realidad el hombre que paseaba a los perros, pero nunca lo contó.
En La Habana, un oncólogo atendió a Mercader, pero tardó mucho en saber quién era su paciente. Un radiólogo militar supo la identidad del catalán desde que lo empezó a tratar, pero guardó silencio.
A pesar de todo el secretismo en Cuba, la muerte de Mercader en 1978 “logró atravesar las férreas cortinas del anonimato y el silencio” para llegar a la prensa internacional, recuerda Padura.
Sólo que la noticia no salió de La Habana. Los primeros reportes son desde Moscú, donde las agencias AP y AFP citaron fuentes allegadas a Luis, el hermano de Mercader, quien vivía en la capital soviética.
Notas de AFP y AP en los diarios mexicanos Excelsior y La Prensa, consultados en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda, Ciudad de México
La AFP en Cuba quiso confirmar la versión, pero se topó con un muro. Un despacho de la agencia francesa dijo que “funcionarios gubernamentales encargados de evacuar consultas de los corresponsales extranjeros manifestaron enfáticamente ignorar la presencia en Cuba del asesino de León Trotsky”.
Nota de AFP en el diario mexicano El Universal, consultado en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda, Ciudad de México
La nota agregó que la prensa cubana omitió el asunto y que en los hospitales públicos de La Habana no hubo registro de “ningún paciente llamado Ramón Mercader”.
Esteban Volkow (1926-2023) era el nieto de Trotski que se salvó de milagro del ataque armado contra su abuelo en la casa de Coyoacán, meses antes del asesinato.
En la misma casa -hoy museo- en la que Esteban y su abuelo escaparon de una ráfaga de fusilería, Volkow dijo en 2017 que, con su novela, Padura había demostrado la posibilidad de recrear hechos con gran veracidad, por lo que había contribuido a restablecer la memoria histórica.
El nieto de Trotski, Esteban Volkow; el escritor marxista Alan Woods y el novelista cubano Leonardo Padura, el 10 de noviembre de 2017, en la Casa Museo León Trotski. Foto Gerardo Arreola
Pero las novedades no han cesado. En su más reciente viaje a México, en el primer trimestre de 2025, Padura escuchó durante una larga cena un impactante relato de cómo descendientes de Liev Davidovich, todavía en el siglo XXI, siguen descubriendo datos del exterminio sistemático que emprendió Stalin contra esa familia y de cómo el miedo ha traspasado generaciones y países.
La tumba que durante años llevaba en caracteres cirílicos el nombre de Ramón Ivanovich López, por fin recogió al pie de la lápida de mármol la real identidad de quien reposa en el cementerio de Kúntsevo en Moscú, con letras latinas: Ramón Mercader del Río.
En París otra tumba quizás ya esté vacía, porque los derechos sobre el lote vencieron el 28 de octubre de 2005 y había sido contratada por emisarios de “un país que ya no existe”. Era la de Caridad del Río, la madre de Mercader.
Un hijo de Mercader, de una relación anterior a la de Roquelia, puede andar ahora por los 70 años. Padura también le hizo llegar mensajes para pedirle su testimonio, pero Arturo López nunca respondió.
Todas estas historias removió el novelista en sus investigaciones y las sigue removiendo, porque al parecer no ha dejado de seguir pistas o las pistas ya no dejan de llegarle. Sin embargo, “el síndrome del silencio aún parece perseguir a todos los que estuvieron relacionados con Ramón Mercader”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario