¿Busca López Obrador mediar en el conflicto entre Cuba y Estados Unidos? ¿Pone a la isla como una pieza de su propuesta de integración americana frente al poderío de China?
Ambas preguntas surgen después de que en sólo dos meses el presidente López Obrador ha dicho tres discursos de política exterior, que coinciden en tres puntos: las relaciones hemisféricas, China y Cuba.
Por primera vez en la historia del desfile anual del 16 de septiembre hubo discursos previos al paso de la columna militar y se invitó a un jefe de Estado extranjero, en este caso el cubano Miguel Díaz-Canel.
Los presidentes de Cuba, Miguel Díaz-Canel y de México, Andrés Manuel López Obrador, el 16 de septiembre de 2021 en la Ciudad de México. Foto José Antonio López
El presidente mexicano había explicado que Díaz-Canel era uno de los invitados a las conmemoraciones históricas por los aniversarios redondos de 2021, como meses antes lo fueron los presidentes de Argentina, Bolivia, Ecuador y Guatemala.
Pero no queda claro por qué un invitado extranjero tenía que venir el 16 de septiembre, cuando no se cumple un aniversario redondo y es con la víspera, día del Grito de Independencia, la fecha más destacada y atendida del calendario cívico nacional.
Díaz-Canel estuvo invitado al menos a un par de fechas históricas antes este mismo año, pero esos viajes se cancelaron o pospusieron. Sea por ajustes de calendario o por una decisión explícita, la asistencia del mandatario cubano el 16 de septiembre puso a Cuba en un sitio protagónico en la serie de manifestaciones de política exterior de López Obrador.
El 24 de julio, aniversario del natalicio de Simón Bolívar, el presidente de México puso sobre la mesa “el crecimiento desmesurado de China” y la debilidad comparativa de América del Norte. Propuso vigorizar la zona norteamericana, con Estados Unidos “fuerte en lo económico y no sólo en lo militar” y lanzó su idea de construir “algo semejante a la Unión Europea (UE)”.
Al mismo tiempo, puso los reflectores sobre la agresión económica de Estados Unidos contra la isla: “Podemos estar de acuerdo o no con la Revolución Cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento, es toda una hazaña”.
El día del desfile el presidente mexicano repitió parte de sus dichos de julio sobre Cuba y agregó la demanda directa al gobierno de Estados Unidos de “levantar el bloqueo” contra la isla.
López Obrador volvió a sus argumentos en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el 18 de septiembre. Identificó al organismo como “el principal instrumento para consolidar las relaciones” regionales y construir la integración estilo UE.
Las ideas que se han combinado en los tres discursos sugieren que el proyecto de una América unida frente a China, mediante un tratado regional y “una nueva convivencia”, se basa en el diálogo y la alianza con Washington y pasa por cesar el ataque económico a Cuba.
Huecos y oportunidades
El rechazo a la presión económica contra Cuba es una posición que han mantenido los gobiernos mexicanos durante seis décadas. López Obrador agregó esta vez dos consideraciones: “Se ve mal que el gobierno de Estados Unidos utilice el bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba con el propósito de que éste, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su propio gobierno. Si esta perversa estrategia lograse tener éxito –algo que no parece probable por la dignidad a que nos hemos referido–, repito, si tuviera éxito, se convertiría en un triunfo pírrico, vil y canallesco”.
Y luego extendió el escenario de soluciones a parte de la emigración cubana en Estados Unidos: “En la búsqueda de la reconciliación también debe ayudar la comunidad cubano estadunidense, haciendo a un lado los intereses electorales o partidistas. Hay que dejar atrás resentimientos, entender las nuevas circunstancias y buscar la reconciliación”.
Ambos planteamientos son limitados. El primero omite de la ecuación las demandas de sectores de la población cubana, cuya legitimidad ha reconocido el propio Díaz-Canel. En las semanas siguientes a las protestas del 11 de julio, con una catarata de acciones, medidas regulatorias y un amplio paquete legislativo, el gobierno cubano confirmó por la vía de los hechos que había respuestas a reclamos populares reales, no inducidos por la propaganda animada desde Estados Unidos.
La segunda propuesta de López Obrador, el llamado a la reconciliación, también tiene omisiones, en este caso las otras partes del diálogo, el gobierno de La Habana y la población residente en la isla. Barack Obama ya había expuesto el punto durante su visita a Cuba en 2016 y desató una tormentosa polémica sin solución.
A lo largo de la historia las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos han sido directas, pero en ocasiones las han precedido gestiones de intermediación. México ha sido puente al menos en dos ocasiones relevantes: en 1981, cuando el gobierno de José López Portillo promovió una entrevista entre el secretario de Estado estadounidense, Alexander Haig y el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez, que terminó sin resultados.
La segunda vez fue la intervención de Carlos Salinas de Gortari para propiciar las negociaciones que condujeron en 1994 a los vigentes acuerdos migratorios entre Washington y La Habana.
En otro sector de la propuesta, López Obrador plantea un modelo de integración semejante a la UE con base en la “no intervención”, cuando el proceso europeo se basa, precisamente, en la cesión de soberanía y disciplinas comunes.
A pesar de los huecos visibles en la argumentación, López Obrador detonó un menú de opciones para el hemisferio, en un momento en el que ha estrechado la relación con Estados Unidos (Diálogo Económico de Alto Nivel, freno a la emigración centroamericana), ha fortalecido el trato político con Cuba y, aún con ausencias, ha vuelto a sentar a la mesa a la Celac.
Pero el camino aún está por verse, con el silencio de Estados Unidos y con los conflictos y discrepancias que mostró la reunión latinoamericana.