En
varias ocasiones, en las semanas previas al plebiscito, el presidente
Santos dijo que no tenía un “plan B”, en caso de que ganara el
“no” al acuerdo de paz.
Así
era su confianza en que la consulta culminaría con el respaldo a la
negociación con las FARC.
La
expectativa estaba impulsada por encuestas que mantuvieron como
constante el triunfo del “sí”, aunque siempre con una alta
votación de los contrarios.
Sin
embargo, la realidad impuso el “plan B”. Se sabe que eso es lo
que viene, aunque no se sabe de qué se trata.
Ya
el presidente colombiano ratificó la vigencia del cese bilateral del
fuego. Ya Timochenko, el líder de las FARC, confirmó
que la guerrilla mantiene su intención de avanzar hacia la paz.
El presidente Santos y su equipo negociador, tras el plebiscito que rechazó el acuerdo de paz con las FARC.
Pero
ahora en la mesa está nada menos que el ex presidente Álvaro Uribe,
líder visible de la oposición al acuerdo, cabeza de la campaña por
el “no” y claro triunfador de la consulta.
Uribe
ha dicho que no favorece la guerra, sino una renegociación del
acuerdo.
El
acuerdo se basa en un tejido de concesiones múltiples, que se
sostienen unas con otras. Quitar una parte es provocar el derrumbe
del pacto completo.
Más
aún: tanto el gobierno como las FARC descartan una renegociación de
lo convenido en La Habana.
Paradójicamente,
tanto las FARC como Uribe han propuesto una Asamblea Constituyente
como mecanismo de culminación de los acuerdos.
¿Por ahí será el
camino? ¿O viene un largo pantano de ingobernabilidad? ¿Cómo
llegará Santos al final de su mandato en 2018? ¿Es real un riesgo
de repunte de la violencia?
De
inmediato lo único claro es que que fracasó el intento de Santos
por hacerse de un respaldo popular al acuerdo; que queda en la
incertidumbre la aplicación del pacto y que se tiene que abrir un
gran paréntesis para encontrar la salida al laberinto.
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